Todo parece apuntar a que sí, a que sus días al frente de la nación parecen estar contados. Sus apoyos se le sublevan, no tiene presupuestos ni esperanza de tenerlos, los rodillos mediático y judicial son cada día más cerrados e implacables, su credibilidad es inexistente incluso entre sus adeptos y, sin embargo, se mantiene gracias a una suerte de ingravidez que le impide caer y le hace permanecer como en estado de imposible levitación.
Por otra parte, ninguno de sus apoyos se decide a dar el paso de hacerle caer, tal vez porque si Sánchez cae ellos también caerían con él.
Sánchez es un saltimbanqui de salón subido en una pila de cantos rodados resbaladizos e inestables, pero, no obstante, se mantiene impecable como si nada de todo lo que le rodea pudiera afectarle lo más mínimo. Como quien no se moja cuando llueve, como quien no se mancha cuando le salpican.
Cualquier político, en su situación, ya habría caído hace tiempo. Pero este sujeto parece hecho de una pasta diferente a la de todos los demás, parece indestructible.
¿Caerá?
