Carta de un joven de ultraderecha

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Astur
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Carta de un joven de ultraderecha

Mensaje por Astur »

«Yo ya no tengo esperanzas en que nadie cambie nada, viendo lo poco que han hecho en mi generación los ‘gobiernos más progresistas de la Historia’»

Reproduzco íntegramente la carta, tal y como la he recibido:

«Soy un hombre joven de ultraderecha. O eso dicen las encuestas condenatorias y los análisis de politólogos malhumorados. Con cada nueva elección -donde nunca cambia nada y ninguno cumple con su programa- a quien le ponen la lupa encima es a mí. Si voto otra vez a un partido de los de siempre dicen que es un problema: no nos informamos bien de la política, somos conformistas y pasivos. Si dejo de votar es aún peor la cosa: somos un peligro para la democracia liberal y nos culpan de haber perdido la confianza en el sistema -un sistema que nunca ha confiado en nosotros, ni para entrar al mercado laboral, ni para un préstamo, ni para un alquiler, ni para nada-. Pero ay si decido votar a algún partido de los nuevos, de los que critican todo lo anterior. Entonces me convierto en el peor monstruo: culpable del cambio climático, las guerras en medio mundo, el exterminio de las mujeres y hasta de los indígenas americanos.

¿Quién lo iba a imaginar? Toda mi corta vida ignorado por los demás, sin haber estado nunca entre los populares de la clase ni entre los afortunados con las chicas, en un barrio donde nadie me saluda y con un buzón al que nunca ha llegado más que facturas y publicidad del súper. Ya ni siquiera estaba seguro de existir realmente. Y de pronto parece que soy algo y, a juzgar por sus caras, además algo importante: un ‘hombre joven de ultraderecha’.

Nunca se me habría ocurrido concebirme a mí mismo así. De ultraderecha, me refiero. Lo de hombre y joven sí. Aunque digan que los sexos son relativos y que la juventud dura hasta los 40 -esto lo dicen porque sin empleo estable, derecho a una casa ni poder formar una familia, nunca nos dejarán ser adultos-. Quizás un simple comentario como estos que acabo de hacer es lo que me convierte a sus ojos en ultraderechista.

Por creer que los hombres tienen pene y las mujeres vulva, y que sería bueno para muchos ser propietarios y tener hijos, por cosas así me han llamado facha. También me han llamado facha por no preocuparme lo suficiente por el fin del Ártico, cuando no llego ni al fin de mes. Y me han llamado facha por pensar que en algunas ciudades de mi país hay problemas con la inmigración. Me han llamado facha por tantas cosas que tienen que entender que cuando aparece un partido político y dicen de él que es facha, pues yo por coherencia lo tendré que votar. ¿Cómo no iba a hacerlo? Si me han dicho durante años que yo soy eso y que esos son los míos. ¿Qué esperaban que ocurriese al final?

Es curioso: alguien con bajos ingresos como yo, con pocos estudios… siempre creí que sería el candidato ideal a ser protegido por la izquierda. De ahí venía mi familia. Pero me encuentro, para mi sorpresa, con que soy su enemigo público número uno. Ya no me consideran el corazón de la clase obrera, sino el caldo de cultivo demoscópico de populistas, negacionistas, prorrusos, antivacunas, incel misóginos y hasta terroristas supremacistas blancos. Esto lo hacen los que me habían dicho que atribuir características políticas a colectivos humanos era discriminación, racismo, sexismo.

Los ‘políticamente correctos’ que me habían dicho que hablar de ‘flujos migratorios’ deshumanizaba el drama de los inmigrantes como si fueran un chorro de alguna sustancia, ahora hablan de mí como la ‘ola reaccionaria’ o ‘marea ultraderechista’. Los de la ‘memoria democrática’ que me enseñaron que ultraderechista era precisamente quien culpaba de todo a un grupo concreto -judíos, migrantes, pobres- ahora toman al hombre joven como su judío, su migrante y su pobre, cargando los males del mundo. Antes se decía en bajito que para que la política del país se renovase tenían que morir los viejos, que votaban a partidos viejos como el PP. Ahora desean que muriésemos los hombres jóvenes que votamos cosas nuevas.

Para esa progresía yo soy el potencial violento machista y el privilegiado por ser blanco, desde el bajo fondo de mi barrio estoy al parecer en la cima de pirámides especistas, capacitistas, normativistas y otras cosas que ni entiendo ni me explican. Bueno, a decir verdad, sí me han intentado explicar esto de que yo soy el opresor, aunque no me cuadre. Ha sido en alguna charla en clases, pero sobre todo lo he visto en la empresa donde ‘recursos humanos’ me ha hablado de diversidad, representación de minorías y protocolos contra ‘gente como yo’. Y al ir al banco, donde me han dado un folleto del lenguaje inclusivo. Y al ir al concesionario del coche de mi padre, cuya marca tenía en su página web una calculadora para averiguar -y vigilar- mi ‘huella de carbono’.

Yo siento en el corazón que haya otros grupos que sufren cosas distintas que yo, o peores. Pero no estoy seguro de que ‘no ser violado’ o ‘no sufrir discriminación racista’ sean privilegios míos. Me suenan más bien a derechos que todo el mundo debería tener. Creo que llamarlo ‘privilegios’ debilita la naturaleza de esas exigencias y me pinta a mí de culpable de que alguien no los tenga, como si me los estuviese quedando en algún sitio. Y, la verdad, no tengo impresión de ser yo quien le esté quitando a nadie nada.

Sospecho que quien les quita lo suyo, directa o indirectamente, es el mismo sistema que me quita a mí lo mío. Un sistema cuyos verdaderos beneficiados seguramente son los que están al mando de aquella empresa, aquel banco y aquel concesionario. Y en la izquierda se piensan que soy lo mismo que esos. No; deben pensar que soy peor, porque con esos sí se reúnen y abrazan, hablando la misma neo-lengua sobre diversidad y lenguaje inclusivo y huella de carbono. Pero a mí me señalan entre todos y me llaman ‘hombre joven de ultraderecha’.

En ocasiones hasta me alegro de haber sido excluido por las izquierdas, porque luego veo y oigo a sus portavozas despreciar y humillar al hombre joven de izquierdas, ‘cancelar’ con más ganas a los suyos propios, burlarse del aliade y despreciar las ‘nuevas masculinidades’ que promocionan. Para ese viaje prefiero que me hayan dejado sin alforjas.

Pero sí me gustaría alguien que me representase. Y ahora hay unos señores que dicen que sí lo van a hacer. Es cierto que algunos se parecen a los dueños de la empresa y el banco y el concesionario, pero no me sermonean con la diversidad y el lenguaje inclusivo y la huella de carbono. Yo ya no tengo esperanzas en que nadie cambie nada, viendo lo poco que han hecho en mi generación los ‘gobiernos más progresistas de la Historia’. Pero al menos aspiro a que nadie me mee encima diciéndome que tengo suerte de que llueva.

¿Que los hombres jóvenes tenemos mucho mayor fracaso escolar y desempleo que las mujeres? Aspiro a que al menos nadie me cuente la milonga del cis-hetero-patriarcado para subvencionar en mi degradado barrio un mural feminista y la cumbia ‘el violador eres tú’. ¿Que los hombres jóvenes tenemos menor nivel adquisitivo que los hombres mayores a nuestra edad? Aspiro a que al menos nadie me diga que somos nostálgicos y se gasten mis impuestos en algún ridículo evento anti-franquista concienciador. ¿Que los hombres jóvenes somos el grupo demográfico más deprimido porque no se invierte en salud mental pública? Aspiro a que al menos no me den un cursillo explicándome que mi frustración es culpa de mi propio machismo tóxico de proveedor, que no me permite vivir feliz siendo un fracasado.

Los pobres sabemos que vale más la honra que el pan. Si soy del grupo perdedor de la globalización y realmente no hay alternativa, mi primera prioridad pasa a ser que encima no me tomen el pelo con que soy el poderoso y el afortunado. Si los que son como yo hemos perdido la lucha de clases -como chuleaba un millonario yanqui-, pienso aferrarme a lo que me ofrecen estos otros señores: ganar, por lo menos, eso que llaman la ‘batalla cultural’. Es verdad que estos también hablan de cosas tan incomprensibles como el especismo, capacitismo y normativismo: concretamente estos hablan de lo woke, el globalismo, el marxismo cultural y no sé qué más. Pero me da igual. Lo que más les cabree a quienes se han reído de mí, lo que más me prohíban quienes nunca me han permitido nada, a eso voy a votar, sea el auge de la ultraderecha o la invasión de los ultracuerpos.

‘Hombre joven de ultraderecha’. Primero me enfadó oírlo y leerlo. Luego ya ni me molestaba. Ahora casi me gusta. A falta de ser querido por casi nadie, ni siquiera ser respetado por mi propio gobierno en mi propio país, a falta de todo ello… sienta bien ser temido. No nos han dejado otra cosa».

https://theobjective.com/elsubjetivo/op ... iel-paris/
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Rienzi
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Re: Carta de un joven de ultraderecha

Mensaje por Rienzi »

Lo que las charos emotivas y los aliades deconstruidos están haciendo a sus hijos no tiene nombre. Los han despojado y condenado a ser unos parias.
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