
Esos niños en las plazas y en los descampados de las ciudades y los pueblos, jugando con balones, con muñecas, con el barro, al escondite, al pilla pilla, a policías y ladrones, al elastiquillo… los que iban con el bocadillo de paté o con el de mortadela de aceitunas, incluso con el de chorizo. NO les hacía falta quedar por ninguna red social ni de mensajería para verse; todas las tardes, después de hacer la tarea, salían a ser felices y disfrutar, correr, reír, y pelearse sin más consecuencias; volvían todas las tardes sin tener que medir sus palabras, ni sus actos. Su principal objetivo era JUGAR, jugar con los demás, y lograr momentos felices para quemar calorías, reír y luego volver a casa para que sus madres les regañaran por la zapatilla que se ha roto en el juego, por la camiseta manchada de barro, o por el pelo enredado porque se había quitado el cintillo de la coleta.
Ahora, todo los pantallas, máquinas de juego, redes sociales, aplicaciones de mensajería instantánea, inteligencias artificiales y poco más. Ahora hay que enseñarles a jugar, descubrirles la peonza, el hula hop, el pollito inglés, o cualquiera otro de los juegos de antes… y lo hacen «monitores preparados con cursos de capacitación para entretenimiento, animación y tiempo libre de infantes, con certificado de que no tiene antecedentes penales por delitos violentos, o con menores o con personas con discapacidad.
Y a todo ésto, lo llaman «PROGRESO». Pues yo me quedo en el tiempo anterior al progreso, que me gusta mucho más.




