
¿Ysi todos los países hispanos se unieran? ¿Qué peso demográfico tendrían 500 millones de hispanos? ¿Cuánto importaría el 7 % del PIB mundial? ¿Es mucho el 14 % del territorio planetario? Estas preguntas resuenan a lo largo de Geohispanidad: la potencia hispana en el nuevo orden geopolítico, el más reciente libro del coronel retirado y analista internacional Pedro Baños. Él no quiere solo responderlas, quiere que sean argumentos para resucitar la Hispanoamérica o Iberoamérica como potencia en el tablero geopolítico mundial, a la altura de China o Estados Unidos.
Este es, por tanto, un libro-deseo, una carta a los Reyes Magos –que no, nunca, al Santa Claus anglófilo–, un antídoto contra la Leyenda Negra, que destruye, sobre todo, la esperanza de articular y engrandecer el papel de la Hispanidad en el siglo XXI.
Publicado por Ariel (Planeta), estas 600 páginas de fácil lectura, no se limitan a un análisis histórico en defensa de la acción española y hasta de los propios indios que se aliaron con los españoles, son una llamada a la acción cultural y política.
Baños, conocido por su crítica a la posmodernidad en libros, programas de televisión y YouTube, plantea que la Hispanidad, entendida como una civilización unida por lazos culturales, lingüísticos e históricos, es una potencia latente con la capacidad de convertirse en un actor de primer orden. Lejos de ser una reliquia del pasado, esta civilización de quinientos millones de personas posee una identidad y una cosmovisión únicas. El libro argumenta que, a pesar de estar fragmentada, dividida y esquilmada, la Hispanidad aún conserva elementos unificadores como la lengua española y una herencia católica que va más allá de la fe. Vamos, un presente desastroso y un futuro ilimitado.
Es valiosa, por ilustrativa e inapelable, la compilación histórica que narra desde el descubrimiento de América hasta las independencias hispanas. Aunque el autor aclara que no es un libro de historia, esta primera parte sí resulta serlo con el fin de dejar claro que errores cometimos muchos; pero genocidio, ninguno. Abusos, muchos y graves; pero nunca con el amparo de la Corona. A diferencia de otros, repite y remacha Baños señalando con el dedo acusatorio a los británicos. Él denuncia, por enésima vez, Leyenda Negra de autoría angloamericana. A la angloesfera adjudica también el sabotaje sistemático y centenario de lo que podría ser la nueva Hispanidad.
El coronel defiende la España de la conquista, resaltando cómo en realidad supuso la liberación de muchos pueblos indígenas esclavizados por otros pueblos originarios sanguinarios e inhumanos. Repasa más de dos docenas de etnias mostrando cómo el supuesto exterminio perpetrado por unos pocos centenares de españoles que asesinan a millones de indios no supera el más elemental de los exámenes lógicos. Simplemente, es increíble.
Al hilo, le plantea un reto a los otros imperios modernos, por supuesto, especialmente el inglés. ¿Cuál es vuestra obra allí donde estuvisteis?, pregunta el autor mirando hacia Albión. Y, tras dejar en evidencia la paupérrima aportación de los británicos a las comunidades indígenas en sus antiguos dominios, pasa revista a un rosario de catedrales, universidades y ciudades que son la respuesta incontestable para marcar la diferencia. La guinda final con que proclama la superioridad moral española la pone con una detallada enumeración de datos sobre mezclas raciales que Baños exhibe con orgullo, precisamente porque demuestran que no nos creíamos superiores sino iguales a los indios.
Los procesos de independencia son diseccionados revelando el papel de señores de la cizaña de las potencias antiespañolas que aprovecharon las diferencias entre los pueblos hispanos para crear un relato independentista. Los verdaderos descendientes de los indios se vieron sometidos a unas nuevas élites más blancas que ellos y que los maltrataron en su propio nombre. Se hizo buena la frase «América la conquistaron los indios y la independizaron los criollos».
Baños no tiene compasión en el diagnóstico del presente: los hispanos se encuentran divididos y depredados por las potencias reinantes y emergentes. USA y China lucharán por sus recursos sin importarles sus pobladores. Y entonces, el autor, con una ingenuidad asombrosa, lo fía todo al futuro en la última parte de la obra. Solo pide una cosa, quiere que no se deseche la posibilidad, que no probabilidad, de afrontar todos los desafíos, superar todos los obstáculos, rebatir todas las razones y dar la vuelta a todas las previsiones para lograr resucitar lo que una vez fue el Imperio. ¿Con qué forma? En el fondo le da igual: una Commonwealth hispana, una Confederación de Estados o simplemente un bloque económico y cultural. Al militar le interesa el futuro como potencia geopolítica de Hispanoamérica o, puestos a soñar, de toda Iberoamérica con Brasil y Portugal. De ahí el título, Geohispanidad. Las pequeñas iniciativas culturales, lingüísticas, políticas y económicas se ven como minúsculas semillas de mostaza que pueden convertirse en robustas vigas del nuevo edificio en la calle del Orden Mundial. Es entonces cuando se descubre cuán largo sería el camino tras estos pasos de enanos. Claro que Cortés, Pizarro, Orellana o Núñez Cabeza de Vaca hubieran dicho: «Más difícil parecía lo nuestro y lo hicimos».
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